El transcurrir de la vida va desde los brotes verdes de la infancia a la plenitud frutal y física de la juventud, los amarillentos y serenos tonos de la madurez y la gélida nieve sepultadora de todo de la vejez.

Esta obra es una mirada sobre la última de las etapas del camino que recorren las personas en su periplo existencial. En ella se reflejan los miedos, desamparos, soledades, injusticias y demás tribulaciones que padecen los ancianos. Y más aún cuando se llega a esta edad en momentos tan críticos como cuando una pandemia azota al mundo. Pero, precisamente de los aspectos más adversos de la situación y de la acción que se desarrolla en el espacio escénico, la terraza de un ático, surgen momentos humorísticos y brisas de esperanza para el personaje único del drama, así como la oportunidad de dar salida a una serie de inquietudes vocacionales (artísticas y literarias) aletargadas en su interior durante toda una vida.

Experiencias estas que culminarán su realización personal y que le ofrecerán unos incentivos que harán más plena y gratificante su entrada en la recta final de su viaje. Todo un reto para un/a director/a y un actor.